“¡...Si nosotros mismos nos procuramos más males que remedios puede proporcionarnos la medicina! La extrema desigualdad en la manera de vivir, el exceso de ociosidad en unos, el exceso de trabajo en otros, la facilidad para excitar y satisfacer nuestros apetitos y nuestra sensualidad, los alimentos demasiado rebuscados de los ricos que los nutren de jugos ardientes y los agobian a indigestiones, la mala alimentación de los pobres, de la que carecen incluso la mayoría de las veces, y cuya falta los lleva a sobrecargar ávidamente su estómago cuando se presenta la ocasión, las vigilias, los excesos de toda especie, las pasiones, las fatigas y el agotamiento del espíritu, los pesares y las penas sin número... que perpetuamente roen las almas: he ahí las funestas garantías de que la mayoría de nuestros males son nuestra propia obra, y de que habríamos evitado casi todos conservando la forma de vivir sencilla, uniforme y solitaria que nos fue prescrita por la naturaleza. ...Se haría fácilmente la historia de las enfermedades humanas siguiendo la de las sociedades civiles.” Así se expresaba, en 1755, Jean Jacques Rousseau en su “Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres” (1).
En la sociedad preestatal, según Douglas Oliver, quien en 1955 estudió la tribu de los siuai de Bougainville, en las islas Salomón, el poder es ejercido por los individuos capacitados por la naturaleza y el aprendizaje para ser máximos productores asociado a las condiciones de máximos redistribuidores (redistribución igualitaria) y más frugales consumidores (2). En idéntico sentido se manifiestan Bronislaw Malinowski, que en 1920 investigó otra sociedad preestatal en las Islas Trobriand (3), y Batrand, quien indagó la organización política de los cherokee en Tennessee (4). Inteligente actitud la de estas sociedades para que sus “grandes hombres”, como los denominan, gestionen la escasez.
En qué punto del devenir histórico, desde la sociedad preestatal hasta nuestros días, se produjo la inflexión que ha llevado de la ostentación del poder por los que más producen y menos consumen, hasta el ejercicio por parte de los que menos producen siendo máximos consumidores y redistribuidores jerárquicos, en beneficio de los acólitos y/o controladores de otros recursos y en detrimento de los no adeptos y/o “socialmente insignificantes” desde la perspectiva del control de recursos, es algo a lo que también JJ Rousseau, hace 243 años, trató de responder en la obra citada.
“El primero al que, tras haber cercado un terreno, se le ocurrió decir ‘esto es mío’ y encontró personas lo bastante simples para creerle, fue el verdadero fundador de la sociedad civil. ¡Cuántos crímenes, guerras, asesinatos, miserias y horrores no habría ahorrado al género humano quien, arrancando las estacas o rellenando la zanja, hubiera gritado a sus semejantes: ‘¡guardaos de escuchar a este impostor; estáis perdidos si olvidáis que los frutos son de todos y que la tierra no es de nadie!’” (1).
La propiedad privada nos ha encadenado progresivamente a los bienes materiales, el egoísmo, la ambición, la avaricia, la envidia, la vanidad, el orgullo, la habilidad para los negocios, la competitividad, el consumismo, el latrocinio y... en definitiva, el control de los recursos, el poder en sentido lato, en cuyo ejercicio se sintetizan, adquiriendo su máximo esplendor, éstas y otras pasiones humanas. Por supuesto que hacemos referencia al poder político en su triple ámbito de manifestación, pero no solo a éste. El poder es susceptible de manifestación, en esencia, de modo muy similar, en diversos ámbitos de la sociedad: familia, escuela, universidad, empresa, partidos políticos, confesiones religiosas, asociaciones sindicales, de vecinos, recreativas y de cualquier índole. En mayor o menor cuantía, cada cual puede ostentar su esfera de poder en la sociedad. Exigua es la proporción que escapa a la corrosión pasional, en gradación diferenciada, obviamente. La influencia negativa de tales sentimientos en la salud del individuo y, sobre todo, en la salud del colectivo, de la sociedad, en la salud pública, es evidente. ¿Es factible la reconducción del proceso?
El propio JJ Rousseau, en “El contrato social”, publicado en 1762, apuesta por una opción plenamente racional y moral de sociedad, mediante un pacto único de asociación entre iguales, por el que “uniéndose cada uno a todos, no obedece más que a sí mismo y permanece tan libre como antes”. Así, la sociedad aparece como sujeto y objeto del poder soberano: la voluntad general, la ley. Un proyecto ideal de sociedad en la que el individuo es radicalmente libre, racional y solidario con sus semejantes (5). Esa visión teórica, utópica, ideal de la sociedad marcar un hito del que se nutrirán grandes sistemas filosóficos occidentales del futuro, desde Kant a Hegel, entre otros.
De este último beberá metodológicamente la concepción social de K. Marx, cuyo sistema materialista histórico no se desvirtúa un ápice por la nefasta, deplorable y criminal versión staliniana; y cuya aplicación en otros ámbitos temporo-espaciales ha ido seguida de no pocas ventajas sociales, de máximo relieve en la redistribución de los recursos básicos, educativos, culturales y sanitarios.
(*) Moreno Ramis, P. Médico EAP.
Salud y sociedad (Revista del Servicio Canario de la Salud), 1989.
Referencias.-
(1) Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres.J J Rousseau.
(2) Siuai. Islas Salomon. D Oliver.
(3) Islas Trobriand. B Malinowski.
(4) Cherokee. Tennessee. Batrand.
(5) El contrato social. JJ Rousseau.