Hay numerosas historias de la filosofía. Yo, que soy un aficionado, tengo más de media docena en casa. Hay dos que me gustan, especialmente, una es El mundo de Sofía, de Jostein Gaarder, profesor de literatura y filosofía en un instituto de enseñanza secundaria, en Noruega, autor de novelas, cuentos y libros para niños, que en 1990 recibió el Premio Nacional de Crítica Literaria en su país y el Premio Literario del Ministerio de Asuntos Sociales y Científicos por El misterio del solitario y al año siguiente el Premio Europeo de Literatura Juvenil. El mundo de Sofía se trata de una historia de la filosofía novelada, muy apropiada para niños y jóvenes.
La otra historia de la filosofía, eso sí, exclusivamente griega, que me fascina es la de Luciano de Crescenzo, en dos volúmenes. También, su formato, recuerda a un cuento. Su autor, ingeniero italiano y hombre polifacético, logró un éxito literario con su obra Historia de la filosofía griega, obra divulgativa escrita con un estilo desenfadado y tono irónico, muchas de cuyas anécdotas, recogidas en las biografías de los filósofos, provienen de Diógenes Laercio.
A continuación te ofrezco el primer volumen (los presocráticos) de la obra de Crescenzo.
Si lo que deseas es profundizar en la materia, cualquiera de estas obras te señalan el camino.
Julián Marías y Felipe Martínez Marzoa ofrecen aceptables compendios de la disciplina. De ambos puedes encontrar ejemplares, de modo gratuito, en Z Library.
Tomarse las cosas con filosofía es para los napolitanos una tradición, además de una necesidad. En Nápoles la filosofía está en todas partes, como en las ciudades de la antigua Grecia, en la que se filosofaba paseando. Nada tiene, pues, de extraño que Luciano De Crescenzo, conciudadano de Giambattista Vico y de Benedetto Croce, haya emprendido la redacción de una Historia de la filosofía griega, cuyo primer volumen, que ofrecemos hoy al lector, se dedica a los presocráticos.
En estas páginas, Tales y Anaximandro, Parménides y Demócrito, Zenón y Leucipo, e incluso el aristocrático Pitágoras y Heráclito el oscuro, vuelven a hablar en las callejuelas y mercados de sus ciudades mediterráneas, entre la multitud curiosa de una eterna Parténope; aquí se mezcla la especulación con el hecho anecdótico y la risa con los discursos en torno al mundo y la vida.
Fruto gratísimo de una civilización greco-partenopea a la que pertenecieron los sabios de la más remota antigüedad mediterránea y pertenecen hoy los filósofos espontáneos de la Nápoles actual, la Historia de De Crescenzo se dirige tanto a los adultos que no saben nada de filosofía y la creen abstrusa como a los estudiantes intimidados por el lenguaje de los libros de texto. Tras el título severo de esta obra hay un saber risueño, capaz a un tiempo de no defraudar las expectativas lúdicas del lector y de satisfacer a quien se acerque a este libro movido por el deseo de aprender.
Para una incursión en el pensamiento oriental, Analectas, de Confucio, La gran transformación, de Karen Armstrong y El pensamiento chino desde Confucio hasta Mao, de Creel Herrlee. A continuación, las referencias:
En sus Lecciones sobre la historia de la filosofía, Hegel comentó, no sin cierto desdén, la obra de Confucio, a la que consideró dispersa, asistemática e imbuida de una «moral popular». Ese juicio admite muchos matices. Las Analectas o Lun Yu (cuya traducción más literal sería Discusiones sobre los nombres de las cosas) son un conjunto de sentencias, anécdotas y diálogos breves —algunas presumiblemente apócrifas— recogidos por dos generaciones de discípulos durante los setenta y cinco años posteriores a la muerte del maestro. No se trata de una obra homogénea y coherente, sino fragmentaria. Sin embargo, a través de sus páginas Confucio, convertido en un personaje de una fuerza similar a la del Sócrates platónico, se muestra como un extraordinario conocedor y analista de la naturaleza humana. Su legado, si bien no se ajusta a los cánones de lo que se considera pensamiento filosófico en un sentido estricto, se ha convertido en modelo de sabiduría aplicable a la reflexión ética y política, capaz de mantener su vigencia durante veinticinco siglos.
Desde más o menos el 900 hasta el 200 AEC* en cuatro regiones distintas vieron la luz las grandes tradiciones mundiales que han continuado nutriendo la humanidad: el confucianismo y taoísmo en China; hinduismo y budismo en la India; monoteísmo en Israel y racionalismo filosófico en Grecia. Fue el período de Buda, Sócrates, Confucio y Jeremías, los místicos de las Upanishadas, Mencio y Eurípides. Durante este período de intensa creatividad, unos genios espirituales y filosóficos abrieron el camino a un tipo totalmente nuevo de experiencias humanas. Muchos de ellos trabajaban anónimamente, pero otros se convirtieron en luminarias que todavía nos llenan de emoción, porque nos muestran cómo debería ser un ser humano.
Esta obra ofrece laslíneas principales del pensmiento chino desde los tiempos más antiguos de que se tiene noticia hasta mediados del siglo XX. No pretende ser un estudio exhaustivo, sino un trabajo de divulgación, desprovisto de aparato técnico y erudito, a fin de que los lectores occidentales puedan realizar una primera aproximación a una cultura tan alejada de sus propios supuestos.
La lectura de este magnífico ensayo del padre del psicoanálisis es esencial para comprender la neurosis colectiva de la sociedad, el pago que ha tenido que hacer nuestra especie para la construcción social, renunciando a los instintos más primitivos. Es evolución, es historia, es filosofía, es sociología, es medicina, es vida. Empieza así:
NO podemos eludir la impresión de que el hombre suele aplicar cánones falsos en sus apreciaciones, pues mientras anhela para sí y admira en los demás el poderío, el éxito y la riqueza menosprecia, en cambio, los valores genuinos que la vida le ofrece. No obstante, al formular un juicio general de esta especie, siempre se corre peligro de olvidar la abigarrada variedad del mundo humano y de su vida anímica, ya que existen, en efecto, algunos seres a quienes no se les niega la veneración de sus coetáneos, pese a que su grandeza reposa en cualidades y obras muy ajenas a los objetivos y los ideales de las masas. Se pretenderá aducir que sólo es una minoría selecta la que reconoce en su justo valor a estos grandes hombres, mientras que la gran mayoría nada quiere saber de ellos; pero las discrepancias entre las ideas y las acciones de los hombres son tan amplias y sus deseos tan dispares que dichas reacciones seguramente no son tan simples.
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